Por Roberto Méndez, periodista
Cuando el reloj marcó las 12 en punto, en medio de una niebla de luces de colores en el cielo, de mesas servidas, de bebidas listas para ser ingeridas a pesar de la ley seca, de soledades y de compañías, de luto y de resignación por el COVID 19, el primer pensamiento que se nos vino a la mente fue la palabra ESPERANZA, cuando se cambió el dígito y el 2021 fue historia, y el 2022 apareció sonriendo por debajo del barbijo, ante nuestros ojos de sobrevivientes.
Y lo cierto y lo concreto es que seguimos aquí, vivos y de pie, como los árboles, en mi caso el 2021, por ésta época, estuve internado tres semanas con el 60 % de los pulmones comprometidos por este virus maligno y con un pre-infarto en mi malogrado corazón que encima vio partir a su madre, dos hermanos y cuatro tíos en esta pandemia.
Pero como dice el refrán: “todo lo que no te mata te fortalece”, estamos aquí, dispuestos a enfrentar los 365 días de reto que nos presenta este nuevo año que vuelve a asustarnos en la primera semana con la cuarta ola de la variante Delta y la amenaza de la nueva Cepa Omicrón que la tenemos como espada de Damocles sobre nuestra cabeza.
Según, el portal INFOBAE, desde que la oficina de la OMS en China dio cuenta de la aparición de la enfermedad en diciembre de 2019, el número de fallecidos a nivel mundial se sitúa por encima de los 5 millones, de los 7 mil 700 millones de habitantes de la población total.
Por eso no estamos en el final del mundo, ni al borde del abismo. En 1918, la gripe española mató a entre 50 y 100 millones de personas en todo el mundo, el SIDA se va llevando a alrededor de 36 millones de personas entre el 2005 y el 2012. Y la peste bubónica, o la pandemia de la muerte negra de 1346, mató a entre 75 y 200 millones de seres humanos, según John M. Barry, el autor del libro “La gran influenza: la historia de la pandemia más grande de la historia.
Y nosotros debemos celebrar que seguimos en el tren de la vida y y debemos agradecer a Dios que no nos ha dejado en la última parada. Porque esta vida nos da la oportunidad de comenzar de nuevo como esa brisa mañanera, como esa primavera, como aquel primer beso, como aquel primer amor, como la primera poesía o como la primera picardía que hemos tenido en nuestra vida. O como aquel primer empleo, o como cuando por primera vez empezamos una actividad que nos dio frutos económicos y saboreamos lo que pudimos comprar o las necesidades que pudimos satisfacer con esos recursos.
Vida, energía, luz y esperanza que en mi caso particular me ha llegado este 2022, con el nacimiento de mi segundo nieto. Porque es bueno saber que en alguna parada del tren nos vamos a bajar, pero van a seguir nuestros descendientes, nuestro legado, nuestra estirpe, nuestros valores y nuestros principios.
Porque la fe y la esperanza nunca mueren. “Todavía sigues aquí”, dice el escritor español José Saramago en un episodio de su novela “El hombre duplicado’, publicada en el 2002, cuando a partir de ahí reflexiona que uno puede cambiar físicamente, pero nunca debe dejar la fe y la eterna esperanza…
“Puedes tener defectos, estar ansioso y vivir enojado a veces, pero no olvides que TU VIDA ES LA EMPRESA MÁS GRANDE DEL MUNDO”, ha recordado el Papa Francisco, en su homilía de fin de año y ha agregado que “sólo tú puedes evitar que se vaya cuesta abajo. Muchos te aprecian, admiran y aman. Si repensabas que ser feliz es no tener un cielo sin tormenta, un camino sin accidentes, trabajar sin cansancio, relaciones sin desengaños, estabas equivocado”.
“NUNCA TE RINDAS … Ser feliz no es sólo disfrutar de la sonrisa, sino también reflexionar sobre la tristeza. No sólo es celebrar los éxitos, sino aprender lecciones de los fracasos. Nunca te rindas con las personas que te aman. Nunca renuncies a la felicidad, porque la vida es un espectáculo increíble”, nos ha subrayado el religioso.